En siete días de caminar mucho nos enamoramos de Budapest. Se requiere más tiempo para descubrir una ciudad, sobretodo si es una llena de épocas y detalles como esta.
Estos meláncolicos techos me hacían soñar con un taller bajo alguna de esas cúpulas y con un piano para que mi chico interpretara a Liszt mientras tomamos los maravillosos vinos nacionales.
Otro día fuimos a caminar por el barrio judío. Salvaje y en aparencia decadente pero vital.
Este día llovío mucho, pero a Budapest la lluvía le sienta muy bien.
Estas fotos son de la Plaza de la Libertad, con enormes edificios de varios estilos y capas de tiempo que volvieron verdes esas cúpulas y negras unas paredes. Justo ahí queda el último monumento de la era comunista.
Calles y calles de hermosos edificios
Aquí el capricho de un banquero: su propio palacio art nouveau.
Y ahora la noche...
Así se veía el Parlamento desde la orilla de Buda
Y así se veía Buda desde la orilla de Pest. A lo lejos el Palacio.
La primera noche cruzamos este puente entre la neblina que subía del río y nos perdimos en el tiempo.
En la tercera parte: Budapest es demasiado chévere!