Al hablar
de su forma de pintar, Hundertwasser explicaba como a veces algunos de
sus cuadros parecían burros, no había forma de dictarles una dirección,
ellos eran tercos e iban por donde querían hasta que llegaban a su
destinación. Lo único que se podía hacer era observarlos fluir.
Eso
sucedió con este anillo. Se obstinó en seguir una ruta desconocida y
misteriosa que yo, tercamente también, trataba de redireccionar
constantemente según mis dibujos y maquetas.
En mi
diseño inicial la hermosa calcedonia se alojaría en una estructura
envolvente y cónica que representaría a una almeja, que a su vez estaría
adherida a finas capas de metal y esa composición hablaría del tiempo,
de las mareas y de sostenerse firmemente mientras las poderosas olas
golpean. Pero ya creada en metal, la Almeja quería adherirse a otra
forma; no me permitió seguir con mis planes, me obligó a hacer más
maquetas, más dibujos, a dejarla abandonada en una mesa, incluso a
pensar en descartarla.
No hay noche más larga que la de un diseñador que está enamorado de una forma pero que no termina de entenderla.
Sin mucho tiempo a disposición y arriesgándome a fracasar con este anillo, opté por rendirme ante una voluntad misteriosa que me decía: lima aquí, martillla acá, las esferitas van soldadas ahí. Y cuando terminé, miré a la Almeja en su pedestal de caracol o de ola y me sorprendí y me emocioné.
Anillo Almeja - Plata .925 y calcedonia aguamarina